Sunday, March 25, 2007

Colección verano hot industrial
Muchas tardes de abril valen por una sola

El tiempo se había estancado en un eterno verano, en abril la temperatura ascendía a los 35 grados durante la tarde; no importaba cuántos trámites para la facultad había que hacer, ni todos esos planes de compras programados, el calor paralizaba a F. en un rincón de la casa, el más fresco. Pero sólo hasta que tocaron al portero y se escuchó el grito de Karina: ¡vení a mi tanque!. Karina, de hecho, tenía un tanque. Uno de esos de chapa como el que tienen los molinos, salvo que este era un tanque sin molino, un tanque amputado. Karina insistía en que lo que habían amputado era el molino y no el tanque, inútil discutir con Karina sobre cuestiones de disección. Una turba de mosquitos musicalizaba el patio, sobrevolaba el agua verde del tanque. Dentro, una masa blanca empezó a cobrar forma, emergiendo de a poco un brazo y otro, luego unos pies como empanadas. A mi mamá nadie la saca del tanque, le hace acordar a mi abuelo. El abuelo de Karina, según después supo F., sólo se bañaba en el agua del tanque, tenía una teoría que asociaba el cloro con el cáncer y los jabones de tocador con la vejez. Sólo agua de tanque y jabón neutro, jabón en pan, para lavar la ropa. No sabían cómo había muerto, la madre no guardaba la tradición higiénica; al contrario: se metía en el tanque para ensuciarse y después darse una ducha convencional, con shampoo y crema de enjuague. El resto de la familia usaba el tanque para fumar, nada mejor que un pucho cuando estás dentro del agua. Cumplieron con el rito del cigarro aunque a F. le simpatizó más el uso que le daba la madre de Karina y, luego de media hora sumergida en el agua, se dio una ducha completa, acicalada.
Popa, un gusto, Karina no para de hablar de vos. Lamento que me hayas conocido en ese estado lamentable, de putrefacción. Ahora que estamos limpias es mejor hablar, ¿no?. Vení, pasá al cuarto que tenemos aire acondicionado, sino no se aguanta. F. pensó que esta nueva amistad que comenzaba iba a ser igual de difícil que la otra, con la hija, con Karina. Popa daba la sensación de tener un solo vestido, de raso, floreado, con dos cintas que se unían en el escote por un moño. Probablemente el vestido la acompañaba en sus baños; aunque cuando la vio en el tanque estaba desnuda, cubierta a penas por algunos pastos recién cortados que flotaban, creyó recordar el vestido colgado en las chapas del tanque. El vestido iría con ella a la ducha, luego pasaría por la secadora y otra vez en el cuerpo de Popa, un cuerpo en el que se amoldaba a la perfección, con sus recortes de busto (tenía que hospedar un busto enorme) y un leve ensanche en las caderas, porque Popa era de esas mujeres de mucho busto pero con unas caderas angostas, que no se diferencian de la cintura. El vestido resaltaba aún más dentro del cuarto, minimalista al extremo, radiante de luz y de blanco. El padre de Karina es arquitecto, dijo Popa; esa presentación explicaba el contraste y la cama de una plaza donde dormía Popa o Karina o Juan Esteban, el padrino de Karina.
Entendemos por lo que estás pasando pero no nos vas a negar, ni a Juan Esteban ni a mí, que fuiste vos la que empezaste a buscar a C. Juan Esteban entró al cuarto en ese mismo momento, dejaba claro que las había seguido y estaba escuchando desde el pasillo. Yo las estoy ayudando a ustedes, a todas, vamos a encontrar a C., dijo Juan Esteban en voz baja, mirándolas a los ojos. Juan Esteban tenía los ojos azules y el pelo decolorado, de un largo irregular que por momentos, y determinado por la perspectiva, parecía corto o desprolijamente largo. Usaba siempre, en un gesto de adaptación a la familia, unos jeans ajustados. Ese día, dentro del cuarto, el sleep mojado se recortaba por debajo del jean, lo dejaba mojado en ese sector y luego húmedo en las piernas; se presentaba como un estímulo para la imaginación: F. trataba de entender cómo había hecho para ponérselo con el cuerpo empapado, que goteaba. Reflactado por la luz del lugar, el torso desnudo exhibía un bronceado brillante (disimulaba lo que al aire libre había sido muy notorio: un tono casi rojizo, pecoso, de cama solar); los pectorales y abdominales se dividían en una geometría calculada, en composición con las líneas de sus arrugas, que bordeaban la boca, la frente, los ojos. Popa decidió volver al tanque y los dejó solos, reclinados, casi sentados, casi acostados sobre la cama; cuando cerró la puerta, F. entendió enseguida: el jean de Juan Esteban era un pantalón de streeper, con velcros en las costuras interiores; esa utilidad le había permitido ponérselo, con el cuerpo mojado, al salir del tanque y sacárselo al poco rato con una rapidez asombrosa.
Es parábola de Popa
Juan Esteban dice que B es la instancia previa a C. Resulta demasiado obvio, como todo lo que viene de Juan Esteban pero, al mismo tiempo, eficaz, como su pantalón de streeper o las tardes y la plata que pierde en los solariums. B debería ser quien mueva la palanca y despierte al oso de su hibernación. A Popa le gusta hablar con parábolas, dice que de otra forma nadie la entiende. Entonces ahora hay que abrir un paréntesis en la búsqueda de C, volver atrás y dar con B. El punto A es inalcanzable, inaprensible.Si se revisa la agenda de F, un poco de su legajo, su currículum, es fácil dar con B, es un acceso que sólo puede complicarse por las contingencias del tiempo y la distancia. Entonces Karina y Juan Esteban se ofrecen, dicen que van a viajar para buscarlo, para hablar con él. F sabe que el viaje también es una excusa para estar juntos, como de luna de miel; Popa también lo sabe y lo festeja, F se sorprende cada vez más ante su altruismo, ante esa cosa despojada que puede ser Popa.F pasa un tiempo sin verlos, calcula la fecha del viaje pero trata de olvidarla, se saca el reloj y no documenta nada, quiere quitarse los números de encima. Pero cuando llama el teléfono sabe que es Karina, habla desde un locutorio, a más de 500 km de la Ciudad y le consume todo el crédito del celular. Dice que todavía no lo encontraron, porque siempre está de viaje; pero le aseguraron que vuelve pronto, en cualquier momento. La voz de Karina suena a viento, a tormenta de tierra de pampa seca y a F se le hace un hueco en el estómago, es el primer síntoma.Después de una semana vuelve a llamar Karina. Ya estamos de vuelta, muy cansados por tanto viaje pero mañana sin falta tenés que venir a casa. B vino con nosotros, hasta se ofreció a manejar porque Juan Esteban resultó un fiasco en la ruta.B es la palanca y también otro oso, tiene las patas pesadas, con pesuñas gastadas, y las descarga sobre la espalda de F, para anunciarle lo que ya pasó. B también estuvo hibernando y necesita de F para despertar. Ya no son palancas sino engranajes y movilizan una máquina de dolor. Ahora F recuerda cómo alguna vez hizo el esfuerzo por describirla. Cuando te golpeás la rodilla sentís un dolor localizado, identificable, certero. El resto del cuerpo sano te avisa que hay algo que duele y la memoria inmediata trae el pequeño accidente: una caída, un mal paso. Pero cuando todo tu cuerpo se golpea, todo el cuerpo duele y la memoria olvida que alguna vez estuvo sano, ya no hay un referente para entender si eso es dolor o algo normal, un estado permanente del cuerpo, de la vida. Entonces todo el cuerpo duele y nada duele, el todo se vuelve nada en un instante. No se dice, en ningún lugar del manual de instrucciones de la máquina, cuál es el lugar específico en el que el dolor comienza su accionar totalizador y nihilista; F piensa que es una zona de la memoria, que se activa y trae imágenes, sonidos y olor a té. Así recicla el pasado: mediante una punzada honda. Entonces regresa a la incertidumbre y sus llantos repentinos son ahogados y cortos, Karina y Popa dicen que así debe ser, que tienen que estar para el desahogo, F sabe que son intentos fallidos, un artificio de escena.

2 Comments:

Blogger Victoria said...

Bueno, bueno, acá un pedazo de novela. Me gusta mucho el estilo, mucho. la descripción es pulcra y da en el clavo, poética y exacta. Por mi parte, vi el tanque, vi el rincón fresco de un departamente imposible de calor, vi el vestido de popa, vi la casa, vi los pantalones de Juan Esteban. Es una prosa que tiene su rareza, y me parece que tenés que seguir y seguir, hasta que tenga un principio y un fin, los que fueran, como fueran. Seguí. Seguí y no pares.

8:14 AM  
Blogger Elvira Olando said...

Gracias V. lectora fiel. Es cierto, es un pedazo de algo que alguna vez quiso ser una novela, el único pedazo que sobrevivió a la demolición.
Gracias otra vez por tus alicientes observaciones, tan necesarias para una perra insegura.

10:18 AM  

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